En los últimos veinte años se dio una proliferación de libros y cursos de autoayuda que, dicen, te ayudan a encontrar la felicidad. De repente, como si no tuviéramos suficientes presiones que nos impiden ser felices, se nos sumó la presión de ser feliz. Sobre todo con el surgimiento de redes como Facebook o Instagram, donde nos parece que el resto de la humanidad vive una vida soñada, con excepción de nosotros. Es lógico: a todos nos gusta postear fotos de nuestros pies descansando en la playa; nadie saca fotos mientras espera una hora a que salga la valija.
La publicidad (histórica experta en temas de felicidad simplista) nos hace creer que para qué tanto libro y curso, si sólo con el producto que vende podemos lograr el amor de nuestra familia, el reconocimiento social y alcanzar nuestros anhelos más profundos.
Yo lo que me planteo es si es posible ser feliz. Es decir, la felicidad como estado del ser. Yo creo más en la felicidad del estar. Estar feliz. Quizás la sumatoria de muchos estar feliz den un balance positivo en el ser. Pero sin duda siento que los instantes de felicidad son un pedo. Literal y metafóricamente. A veces cuando tenemos un gran gas atravesado en los intestinos que finalmente podemos sacar se nos produce un estado de bienestar que, creo yo, se acerca a la verdadera felicidad. O al estado en el que uno está cuando se siente feliz. Dura, claro, lo que dura un pedo. Lo mismo puede decirse, proporcionalmente, de los instantes de felicidad (no escatológicos) de la vida: a la mayoría de nosotros ser padres nos provoca felicidad, pero también stress. El amor soñado dura un tiempito, hasta que empezamos a ver los defectos de nuestra pareja. A gran parte de los creativos ganar un premio les provoca felicidad y al día siguiente ya tienen la presión de igualar el logro.
Pero acá viene el lado positivo: sólo cuando ese bienestar idílico se desvanece podemos de verdad valorar haberlo sentido. Gracias a eso, la siguiente vez sabremos que no es para siempre y que debemos apreciar el momento.
Lo que me quedó de la mayoría de las campañas de las que participé no es el éxito que hayan tenido. Es la sensación, ya largamente esfumada, de haberla pasado bien. De haber interactuado con gente talentosa. De haberme angustiado para que el laburo salga bien y, a veces, lograrlo. De haberme cagado de risa. Instantes, bocados, polaroids de felicidad. Lo que aprendí, a lo largo del tiempo, es a ser consciente de que están ocurriendo.
‘Business’ viene de busy-ness (estar ocupado). ‘Negocio’ viene de ‘negar el ocio’. Los humanos nos inventamos oficios y profesiones para tener algo qué hacer y no estar todo el día aburridos, deprimidos, sin propósito. Para mí, la felicidad, la sobrevaluada felicidad, está en simplemente pasarla bien negando el ocio. Que ese trabajo termine siendo sensacional es sólo una consecuencia maravillosa de ese pedo.
Sebastián Wilhelm